Decadente Efervescencia

Soy una casa de tuberías oxidadas,
archivo de luchas ahogadas.
Mi entrada, empolvada con resignación,
guarda fotos sin dueño en cada rincón.

Sus caras teñidas de trabajar de sol a sol,
monedas que benefician a la máquina del patrón.
El censo me denominó «estructura en riesgo»,
pero mis grietas saben de motines y fuego.

Generaciones perdidas bajo mi techo,
ante la mirada cómplice del liberal. ¡Malhecho!
Ahí seguimos, aguantando el aguacero,
con filtraciones y mucho invierno.

Impávidos, dando refugio hasta al más olvidado,
mientras el genocidio está siendo televisado.
Nos llaman «ruina», pero somos espejo.

El catastro me tachó con tinta roja:
«zona de riesgo», «terreno baldío»…
Pero mis muros recuerdan:
aquí hubo arepa, aquí ardieron fogatas,
aquí crecimos a pesar del frío.

Ahora los bulldozers gruñen a mi puerta
bajo las estrellas de la gentrificación.
Pero escuchen bien, señores del cemento:
cuando me derrumben,
saldrán raíces de mis cimientos
y treparán por sus torres de cristal
hasta rajarlas con verdades verdes.

Soy la casa que nadie quiso heredar,
pero en mi sombra crecen les niñes
que mañana van a tumbar
cada pilar que sostiene la vida del buchón,
la paz individualista e irresponsable del moderado,
y respetarán el orden natural.

Las casas se pueden derrumbar, los versos no.

Sasá Méndez

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