Un cuento real
Este cuento no es de ogros con cadenas y mazmorras.
Si no de la que decidió no esperar más a que vinieran a liberarla,
porque entendió que las verdaderas prisiones
se construyen con esperanzas ajenas.
No me rescataste de una torre,
porque derribé sus piedras yo misma,
y en lugar de un príncipe,
encontré mis propias manos.
Tampoco me sacaste de un agujero cuando caí;
fue mi propia voz la que me dijo
que la vida no se detiene a esperar a los que se quedan mirando el vacío,
que solo se vive una vez,
y que a veces, la única redención
es aprender a respirar entre las grietas que antes solían arder.
Aprendí que las segundas oportunidades
saben a promesas rotas rehechas con hilos débiles,
y que aunque a veces valga la pena intentarlo,
la cicatriz duele más que la herida.
El sol quema si te expones sin protección,
El mundo gira sin pedir permiso, sobre su propio eje
Y nosotros giramos alrededor de aquellos a quienes consideramos valiosos..
pero también aprendí que ese misma admiración puede destruir a ambos seres por igual.
Soñamos con tesoros que brillan desde lejos,
pero la riqueza verdadera
está en la risa compartida en un atardecer ordinario,
en el abrazo que no pide nada a cambio,
en el silencio que no pesa.
Una risa, una lágrima y una puñalada
pueden nacer de la misma boca.
Y a veces, quien te pidió auxilio ayer,
hoy te señala como traidor.
Aprendí a amar lo sencillo:
los gritos con órdenes y recuerdos viejos,
la música que antes me parecía ruido,
y que ahora es la banda sonora de instantes
que nunca volverán.
Porque la vida está hecha de eso:
de cosas que no se repiten,
de momentos que solo brillan
cuando los miras desde la distancia,
cuando ya no puedes tocarlos.
Este cuento no termina con un “y vivieron felices para siempre”.
Termina con alguien que ya no teme a la oscuridad,
porque sabe que también puede ser la luz,
la tormenta,
y el refugio.
Y si alguien pregunta dónde está el monstruo, sonríe y responde:
“El monstruo soy yo,
y ya no asusto ni me asusto.
Simplemente… existo.”

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